Ejemplos ?
En el fondo de sombría gruta aparecieron una hermosísima mujer y un hombre de plateada barba, que llevaba en la mano una vara de azucenas.
Comprendía la tragedia interior de la desventurada ave, que, a diferencia de las demás de su especie, sabía, sabía de la ceba, del agudo cuchillo, e iba a saber del impío rellenamiento, del horno ardiente, del nuevo despedazamiento en una mesa donde se ríe y se bebe champán, masticando la pechuga blanca del ave mísera. Piadoso, Jesús bajó de nuevo la mano, y murmuró: -Ve en paz.
--¿Te vas ya? --Sí; adiós. Y me cogió una mano. --Oye... (continuó); si mañana hay, como se cree, una batalla, y nos encontramos en ella....
El viejo y la vieja le miraron pasmados, sin saber lo que les pasaba: él, con su zueco a medio desbastar en la mano; ella, con una sarta de cebollas que acababa de enristrar; y como su ilustrísima, sofocado de emoción, no pudiese articular palabra, tuvo el arcipreste -sacerdote de explicaderas, orador sagrado de renombre, de genio franco y despejado- que tomar la ampolleta y dirigirse a los dos aldeanos atónitos y algo recelosos además -no se sabe nunca qué intenciones traen los señores.
Prepárense a dar gracias a la Providencia. La vieja se decidió a soltar de la mano la ristra de cebollas, y se aproximó, abriendo su bocaza sin dientes, sombría.
Para realizar tales prodigios, hale bastado a ese tronera con una visita que giró a caballo por todos mis estados (llevando en la mano el sable, a guisa de bastón), y con una hora que va cada día a las oficinas de mi casa.
-¡Generala! -exclamó el Marqués, llorando a lágrima viva- ¡Permítame besarle la mano! -¡Y permite, querida mamá, que yo te abrace llena de orgullo!
¡Llora conmigo cuanto quieras! -respondió don Jorge, atrayendo hacia su corazón la cabeza de la pobre huérfana, y acariciándole el pelo con la otra mano-.
Todos se alejaron. - Ahora dime la buenaventura, -exclamó el ladrón, tendiéndome la mano. Yo se la cogí; medité un momento; conocí que estaba en el caso de hablar formalmente, y le dije con todas las veras de mi alma: - Parrón, tarde que temprano, ya me quites la vida, ya me la dejes..., ¡morirás ahorcado!
Y, loco, mi locura fué el arte. En tres años no solté la corneta de la mano. _Do-re-mi-fa-sol-la-si_; he aquí mi mundo durante todo aquel tiempo.
¡Márchese V.! -repitieron todos volviéndole la espalda-. El segador alargó la mano maquinalmente. - ¿Te parece poco? -gritó uno-.
-No iré, si no quieres; pero, madre mía, piensa en que mi pobre padre, tu noble y valeroso marido, no habría muerto, como murió, desangrado, en medio de un bosque, la noche de una acción, si alguna mano misericordiosa hubiese restañado la sangre de sus heridas.