Ejemplos ?
- ¡Seguro que soy Mabel! Y tendré que ir a vivir a aquella casucha horrible, y casi no tendré juguetes para jugar, y ¡tantas lecciones que aprender!
-Pues ven conmigo y formemos el proverbio haciendo ver que un hombre honrado puede ir a cenar a casa de otro hombre honrado sin que se lo hayan rogado.
El arcipreste se encogió de hombros y, en confianza, me susurró a mí: -En vez de ir a predicar al Japón, debió quedarse predicando en su parroquia San Antonio...
y, no habiendo logrado tenerlos buenos ni malos en mis tres nupcias, y debiendo ir a parar a él, por ministerio de ley, mi título nobiliario, pienso dejarle mi saneado caudal; cosa que el muy necio no se imagina, y que Dios me libre de que llegue a saber; pues, de saberlo, dimitiría su cargo de Contador, o trataría de arruinarme, para que nunca le juzgara interesado personalmente en mis aumentos.
Rehusé asistir a la fiesta que dio ayer por temor al gentío, pero me comprometí a ir hoy; por esta me ves tan engalanado. Me he compuesto mucho para ir a casa de un guapo mozo.
A cabo de tres semanas que estuve con él, vine a tanta flaqueza que no me podía tener en las piernas de pura hambre. Vime claramente ir a la sepultura, si Dios y mi saber no me remediaran.
Divulgóse la nueva de lo acaecido por los lugares comarcanos, y cuando a ellos llegábamos, no era menester sermón ni ir a la iglesia, que a la posada la venían a tomar como si fueran peras que se dieran de balde.
Llegaba a las nueve en punto, sin que una sola noche se hubiera retrasado un solo segundo, y sin que una sola vez hubiera yo dejado de ir a recibirlo a la puerta.
Y las almas de los que sólo han amado la justicia, la tiranía y la rapiña animaran cuerpos de lobos, de gavilanes y de halcones. ¿Pueden ir a otra parte las almas como ésas?
La muchacha llegaba al día siguiente en ancas de su padre, con un atado; y al mes justo se iba con el mismo atado, a pie. Y Subercasaux dejaba otra vez el machete o la azada para ir a buscar su caballo, que ya sudaba al sol sin moverse.
“No moriremos, regresaremos”, dijeron los tres al partir. Ciertamente pasaron por el mar al llegar allá lejos a Oriente, al ir a recibir sus poderes.
En el gobierno de Carlos III, tenemos a Floridablanca, el Conde de Aranda y Campomanes; en América a Olavide, quien sostenía en los días alboreales de la Revolución Francesa que en España no había que ir a la revolución sino a la restauración de la monarquía, bajo las formas olvidadas desde la instauración de los Austrias y más aún en tiempo de los Borbones.