—y continuaba llenando los jarros con el espumoso champurrado que con impaciencia aguardaban los que a esa hora se reunían para desayunar en el puesto de la tamalera. Ella era una mujeraza: abundante en carnes, un poco despeinada, aunque muy limpia en su persona.
Antonio Domínguez Hidalgo
Apareció en la puerta una imponente mujeraza, gruesa y bigotuda, de ojos saltones y pronunciadas formas, que se desató en invectivas, queriendo cerrar otra vez; pero la cigarrera se incrustó a guisa de cuña para impedirlo, y hecha una sierpe voceó: -¡Aparta, aparta, que aquí traigo a Dios para que mi hermano no se muera como un can!