El vil Martán, al que la corte prima, sentado junto al rey está presente, y al lado la que en usos con él rima; de los que quiso el rey con faz rïente saber quién fuese aquel follón cobarde que a pesar de su escarnio hacía alarde; y tras tan ruin y mujeril batalla se les mostraba ahora audaz delante.
Y así, dormitando con gran deleite interno se encontraba, cuando una voz meliflua y
mujeril vino a interrumpir sus sueños de perro.
Antonio Domínguez Hidalgo
Entusiasmada doña Fulgencia con tantísima percha hízole de un retal de blusa
mujeril que le quedaba en bandera una corbata de moño, a la que, por sugestión acaso, imprimió la figura arrobadora de las mariposas supradichas.
Tomás Carrasquilla
Parecíala que no darla Bruto parte dél era temor de la flaqueza mujeril, y que por esto quería padecer más dolor secreto y prudente, que menos dolor aventurado y repartido.
Cuéntase que en el Cuzco, doña María Calderón, esposa de un capitán de las tropas de Centeno, se permitía con
mujeril indiscreción tratar a Gonzalo de tirano, y repetía en público que el rey no tardaría en triunfar de los rebeldes.
Ricardo Palma
Si la Fortuna había de hablar, por lo menos hablara no la mujeril, sino la varonil, a fin de que no pareciese que las mismas que habían dedicado la estatua habían también fingido tan gran portento por la locuacidad de las mujeres.
Poner los ojos en el modo con que ellos sufrieron, y si fueron fuertes desear sus ánimos; pero si murieron, mujeril y flacamente, no hay que hacer caso de la pérdida.
Scipión danzaba a compás con aquel su militar y triunfador cuerpo; pero no haciendo mudanzas afeminadas de las que exceden a la blandura mujeril, como las que ahora se usan, sino como lo solían hacer aquellos antiguos varones que se entretenían entre el juego y los días festivos, danzando varonilmente, sin que pudiesen perder crédito aunque los viesen danzar sus enemigos.
Hasta para menos elevadas exigencias y para más vulgares satisfacciones es la religión un venero inagotable. Casi todo honesto mujeril pasatiempo se funda en la religión.
Y así aquella ciudad, madre de las artes liberales y de tantos y tan célebres filósofos, que fue la más insigne e ilustre que tuvo Grecia, embelecada y seducida por los demonios con la contienda de dos de sus dioses, el uno varón y la otra hembra, por una parte, a causa de la victoria que alcanzaron las mujeres, consiguió nombre mujeril de Atenas, y por otra, ofendida por el dios vencido, fue compelida a castigar la misma victoria de la diosa vencedora, temiendo más las aguas de Neptuno que las armas de Minerva.
A ceder la deciden sin violencia su halagüeña elocuencia, su grato continente y rostro amable, y, a decir la verdad, que es bien palpable, un no sé qué de vanidad de moza que en superar a las demás se goza: flaqueza mujeril disimulable.
Bajé los ojos sin contestar: sabía lo que era amar pero ese sentimiento lo guardaba en mi corazón como un secreto. -¿No me contestas? No es una pregunta vana ni una curiosidad mujeril. Deseo saber la verdad...