Ejemplos ?
El gran farol de hierro estaba encendido, y un hombre marchó delante de nosotros franqueando otras puertas, que francas se quedaban mucho después de pasar.
La pasión del puñal, de la ojera y el llanto. ¡Oh princesa divina de crepúsculo rojo, Con la rueca de hierro y de acero lo hilado!
Los hechos han demostrado que semejante fe no carecia de fundamento. Aquel Eje, que sus autores decían de hierro, se ha visto despedacado.
Los fósforos se encontraban ahora entre un viejo eslabón y un puchero de hierro no menos viejo, al que hablaban de los tiempos de su infancia”.
Sus labios delgados y hundidos se dilataban a la sombra de su nariz desmesurada y corva como el pico de un aguilucho, y aunque de sus ojos pequeños, redondos y casi ocultos entre las espesas cejas, brotaba una chispa de mal reprimida cólera, seguía impasible golpeando con su martillito de hierro el yunque donde aderezaba las mil baratijas mohosas y, al parecer, sin aplicación alguna, de que se componía su tráfico.
El interior de la habitación estaba completamente a oscuras, ya que la ventana era muy pequeña y estaba medio tapada por las rejas de hierro; y Ammi no pudo ver absolutamente nada.
Los que hubieren dejado en las calles, caminos, plazas u otros lugares públicos, tenazas, barretas, barras de hierro, escaleras u otras máquinas, instrumentos o armas de que puedan abusar los ladrones u otros malhechores.
La corneta se doblegaba entre mis dedos; se hacía elástica, gemía, lloraba, gritaba, rugía; imitaba al ave, a la fiera, al sollozo humano... Mi pulmón era de hierro.
Una vieja araña de hierro forjado llameaba alta y clara suspendida en la bóveda, iluminando las losas polvorientas, algunas de las cuales, ennegrecidas por las inscripciones, cubrían quizá tumbas; al fondo, en el lugar donde ciertamente debía reinar el altar, se encontraban a media altura en el muro pesebres y comederos, y en los rincones había apilados arreos y ronzales olvidados: el salón de baile era una cuadra.
Uno de ellos recorre tranquilamente la tierra y los anchos lomos del mar y es dulce para los hombres; el otro, en cambio, tiene de hierro el corazón y un alma implacable de bronce alberga en su pecho.
Es de madera todo él, ancho por debajo y reforzado con aros de hierro; de arriba estrecho, con un palo que lo atraviesa, y que son los brazos.
Fija la mirada en la vivienda del ama de llaves, contemplaba la estufa sostenida sobre sus cuatro pies de hierro, tan voluntariosa como él mismo.