Ejemplos ?
He aquí, pues, que contaremos su viaje a Xibalbá, dejando permanecer a Maestro Mono, Simio, hijos de Supremo Maestro Mago y cuya madre estaba ya muerta.
¿En tu cuerpo se alberga un espíritu? Díme: ¿es el alma de aquella mujer que me persigue todavía, aunque muerta? ¿La que mató mi dicha y me inundó de tristezas?
casi helada... casi detenida... casi muerta. Y sentí que ya nunca tendría fuerzas para volver a subir... y que iba a morir allí abajo...
Y añadirá que cada alma usa varios cuerpos, sobre todo si vive un gran número de años; porque si el cuerpo se deshace y se disuelve mientras el hombre vive todavía y el alma renueva incesantemente su perecedera envolvente, es necesario que cuando muera lleve su última envolvente y que ésta sea la única antes de la cual ella muera; y una vez muerta el alma, manifiesta muy pronto el cuerpo la debilidad de su naturaleza, porque se corrompe y perece rápidamente.
Fernandito, no cabe duda, mejoraba físicamente; su cuerpo, adolescente ya, se fortalecía; pero continuaba dando el mismo lastimoso espectáculo de un pensamiento ausente, de una voluntad muerta, de una conciencia entumecida, de un espíritu yerto.
García de Paredes contaría cuarenta y cinco años; era alto y seco y más amarillo que una momia; dijérase que su piel estaba muerta hacía mucho tiempo; llegaba la frente a la nuca, gracias a una calva limpia y reluciente, cuyo brillo tenía algo de fosfórico; sus ojos, negros y apagados, hundidos en las descarnadas cuencas, se parecían a esas lagunas encerradas entre montañas, que sólo ofrecen obscuridad, vértigos y muerte al que las mira; lagunas que nada reflejan; que rugen sordamente alguna vez, pero sin alterarse; que devoran todo lo que cae en su superficie; que nada devuelven; que nadie ha podido sondear; que no se alimentan de ningún río, y cuyo fondo busca la imaginación en los mares antípodas.
Alzó otra vez a Sendiño, y con infinita delicadeza le transportó a lo más oculto del pinar, depositándole sobre un lecho de ramalla seca. Cerca del muerto colocó la carabina, y la liebre muerta, polvorienta, ¡vengada ella también!
Un amor desgraciado, una esperanza muerta, un desencanto de la vida, un olvido eterno del mundo: he aquí el poema misterioso que se deducía de los dos ascéticos dramas que encerraba aquel lienzo.
Algunos se incorporaron en el asiento a ver lo que pasaba. —La señora está enferma; parece una muerta—dijo alguno en la platea. —Más muerto parece él—agregó otro.
Quiso recoger el brazo y no lo consiguió. Bajó el impermeable, y vio su mano lívida, dibujada de líneas violáceas, helada, muerta.
Junto a la muerta, cruzados los brazos y balbuciendo algunas oraciones con labios temblorosos luchaba la señora Catalina contra el sueño y el cansancio; en la habitación inmediata, la señora Micaela, rodeada de algunas vecinas y parientes, vestidas de negro, con los ojos enrojecidos, hacía la apología de la pobre difunta con acento trémulo y acongojado.
El señor Paco, sintiendo que su voluntad iba siendo insuficiente para poner vendales a una lágrima rebelde que pugnaba por abrirse paso por entre sus párpados, se levantó de nuevo bruscamente, y saliendo de la habitación, penetró en aquella en que la muerta yacía.