El señor mi amo le perdonó, y fueron hechas las amistades entre ellos; y a tomar la bula hubo tanta priesa, que casi ánima viviente en el lugar no quedó sin ella: marido y mujer, e hijos e hijas, mozos y mozas.
¡Va a entrar en tu cuarto! ¡No salgas, mi Dios, no salgas! ¡Juana! ¡dile a tu
marido!... —¡Federico! —se cogió mi mujer a mi brazo.
Horacio Quiroga
-¡Le diré a usted!... -exclamó vivamente la viuda-. Mi difunto
marido... -No le contestes ahora, mamá... -interrumpió la joven, sonriéndose.
Pedro Antonio de Alarcón
Beatriz, su hermana, le disputa el puesto, a la que el nombre le es tan bien ceñido que ya no sólo el bien que aquí es honesto, mientras que viva, alcanzará cumplido; mas para hacer feliz tendrá aún arresto, entre tanto señor, a su marido, el cual, cuando este mundo ella abandone, verá que el sol benefactor se pone.
Sus piadosos actos iluminaban su mente, pensaba en las palabras de consuelo que prodigaba a los que sufrían, y la veía lavando las heridas de los dolientes y dando de comer a los hambrientos a pesar de las iras de su severo
marido.
Hans Christian Andersen
-exclamó- ¡eres un malvado por haber deseado que la morcilla se situara en la punta de mi nariz! -Te juro, esposa querida, que no he pensado en que pudiera ocurrir -dijo el
marido-.
Jeanne-Marie Leprince de Beaumont
Mientras pronunciaba estas frases corrió a abrir la ventana y su
marido, que la amaba, gritó: -Detente mi querida esposa, te doy permiso para que pidas lo que quieras.
Jeanne-Marie Leprince de Beaumont
Ya lo había oído antes, y ahora he tenido que escucharlo otra vez. Allí está charlando con ese calzonazos de seminarista. Yo estoy con el
marido: «¡Atiende a tu puchero!». ¡Pero quiá!
Hans Christian Andersen
-Eso es cierto -dijo el
marido- pero démonos tiempo, pensemos de aquí a mañana por la mañana, las tres cosas que nos son más necesarias, y luego las pediremos.
Jeanne-Marie Leprince de Beaumont
-Señor Kisserup -dijo la mujer -, ya que se presenta la oportunidad, voy a enseñarle algo que no he mostrado a ningún alma viviente, y mucho menos a mi
marido: mis ensayos poéticos, mis pequeños versos, aunque hay algunos bastante largos.
Hans Christian Andersen
-dijo el
marido-; no es un hermoso deseo, y sólo nos quedan dos que formular; por lo que a mí respecta, me gustaría que llevaras la morcilla en la punta de la nariz.
Jeanne-Marie Leprince de Beaumont
Pero bueno, estas son las reglas del juego y yo digo siempre que será porque, tal vez, nunca entendieron lo que fue mi relación con él, una relación de compañeros además de marido y de mujer y de padre y de amigos entrañables y, tal vez, tampoco nunca entendieron que es la tristeza, no la depresión; la tristeza y el dolor infinito de perder a una de las tres personas que más he querido en toda mi vida y, bueno, y tampoco tal vez entiendan que tenemos también la suficiente fortaleza como mujeres, para hacernos cargo de las tareas que nos tocan, en el momento que nos tocan y cuando nos tocan.