caído

El ánimo plebeyo y abatido elija en sus intentos temeroso primero estar suspenso que caído; que el corazón entero y generoso al caso adverso inclinará la frente antes que la rodilla al poderoso.

Entonces comencé a oír, brotando del piso, las risas y los gritos enronquecidos de unas mujeres, al parecer ancianas, burlándose de mí; canturreando: ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ji!¡Ji! ¡Ji¡ Has caído en nuestro poder. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

Sin embargo, en los casinos, boticas y demás círculos, digámoslo así, de Vilamorta y Cebre, como también en los atrios y sacristías de las parroquiales, se hubo de convenir en que Gondelle cazaba muy largo, y en que a Inesiña le había caído el premio mayor.

No habíale caído mal del todo a Curro el palique del Matraca, y cuando éste hubo concluido, adoptó aquél postura más cómoda en la silla, se retorció con aire caviloso el imponentísimo bigote, y...

Si un rayo hubiera caído a mis pies, no me habría quedado tan aturdido; sólo aturdido, no ofendido ni disgustado, en absoluto, por más que acción tan atrevida, en otra mujer, probablemente me habría molestado.

Estoy convencido de que el mejor partido que yo puedo tomar es hacerme tu discípulo y hacer saber a Melito, antes del juicio de mi proceso, que hasta aquí he mirado como una de las mayores ventajas saber bien las cosas divinas; pero que hoy día, viendo que me acusa de haber caído en el error introduciendo temerariamente opiniones nuevas sobre la divinidad, me he pasado a tu escuela.

Critón: Yo veo sin embargo que es muy necesario no despreciar la opinión del pueblo, y tu ejemplo nos hace ver claramente que es muy capaz de ocasionar desde los más pequeños hasta los más grandes males a los que una vez han caído en su desgracia.

El del Aguardiente guiñó los ojuelos, rezongando: -A ver luego si nos ha caído una grande herencia de muchos intereses, señor abad.

La dichosísima gallega era quien roncaba, si había que roncar, en la mejor butaca de la sala, con la vacía frente clavada en las rodillas, por no haber caído en la cuenta de que aquella butaca tenía un respaldar muy a propósito para reclinar el occipucio.

—Probemos, dijo Matasiete y empezó sonriendo a pasar el filo de su daga por la garganta del caído, mientras con la rodilla izquierda le comprimía el pecho y con la siniestra mano le sujetaba por los cabellos.

Las gotas caían ahora más densas, pero también con mayor intermitencia. Cesaban bruscamente, como si hubieran caído no se sabe de dónde.

En el momento de esta revolución dispone la Junta que se cree un Consejo de Regencia; el Consejo se crea a pesar de que Consejos de Regencia sólo podía crearlos el Rey. Esto y el desprestigio en que había caído la Junta origina su caída y el desconocimiento del Consejo de Regencia.