Mas el mesmo Dios, que socorre a los afligidos, viéndome en tal estrecho, trujo a mi memoria un pequeño remedio; que, considerando entre mi, dije: “Este arquetón es viejo y grande y roto por algunas partes, aunque pequeños agujeros.
Ningún transeúnte, ningún rezagado, ningún vagabundo, ni siquiera el maullido de un gato en celo. Nada. «¿Dónde estaban los agentes de policía?", me dije. «Voy a gritar, y vendrán.» Grité, no respondió nadie.
—pregunta mi mujer levantando la cabeza. Yo la miro, más sorprendido de su pregunta que ella misma, y respondo: —Lo que te
dije: ¡qué seré siempre así!
Horacio Quiroga
En uno de esos momentos llamé la atención de Luis. —¡Mira! —le
dije—. ¿Qué pasará? En efecto, la agitación de las gentes, muy viva desde unos minutos antes, se acentuaba con la entrada en la sala de un nuevo ataúd.
Horacio Quiroga
La última noche, mi novio cayó de pronto ante mí y apoyó su cabeza en mis rodillas. —Mi amor —murmuró. —¡Cállate!—
dije yo. —Amor mío —recomenzó él.
Horacio Quiroga
¡Antoniño! ¡Yalma mía! ¡Siempre lo
dije, siempre lo
dije, que habías de morir de mala muerte! ¡De muerte fea! Hubo un movimiento de indignación en los familiares, en los señores del acompañamiento...
Emilia Pardo Bazán
Y crujía la descarga, y yo estaba vivo. --¡Esta es!... me
dije por último. Y sentí que me cogían por los hombros, y me sacudían, y me daban voces en los oídos....
Pedro Antonio de Alarcón
¿No sería, pues, como antes dije, sumamente ridículo que un hombre que ha estado dedicado durante toda su vida a esperar la muerte, se indigne al verla llegar?
No bien dejó de hablar Ramón, cuando me levanté y le
dije, con lágrimas, con risa, abrazándolo, trémulo, yo no sé cómo: --¡Te debo la vida!
Pedro Antonio de Alarcón
Había surgido de la bruma como un fantasma de piedra y, a pesar de la rigidez de su arquitectura, a pesar del vaho triste y fantástico que lo envolvía, reconocí enseguida un cierto aire de hospitalidad cordial que me serenó el espíritu. Seguramente –me dije– los huéspedes de esta morada son gentes sedentarias.
Enid me miró inmóvil, y seguramente subieron a su memoria los últimos instantes de Wyoming, porque me rechazó violentamente. Pero yo no quité la cabeza de su falda. —Te amo, Enid—le
dije—. Sin ti me muero...
Horacio Quiroga
“En mí teníades bien que hacer, y no haríades poco si me remediásedes”, dije paso, que no me oyó; mas como no era tiempo de gastarlo en decir gracias, alumbrado por el Spiritu Santo, le dije: “Tío, una llave de este arca he perdido, y temo mi señor me azote.