Por medio de un rodeo, la admiración evitaba la selva e iba a apearse de nuevo al otro extremo de ella, donde con Velazquez parecía volver la naturalidad al gobierno de las artes.
Y en la imaginación del párroco se precisó la catástrofe, enlazada al recuerdo de una frase leída por la mañana, entre sorbo y sorbo de chocolate,en el diario integrista: «Socavan y socavan la sociedad, y se les vendrá encima cuando menos lo piensen». Refrenó a su rucio, cerró el paraguas de alpaca oscura y sin
apearse arrimóse al socavón, gritando: -¡Eh!
Emilia Pardo Bazán
Él respondió que a unos caballeros de Burgos que iban a Sevilla, uno de los cuales era su señor, el cual le había enviado delante por Alcalá de Henares, donde había de hacer un negocio que les importaba; y que junto con esto le mandó que se viniese a Toledo y le esperase en la posada del Sevillano, donde vendría a
apearse; y que pensaba que llegaría aquella noche o otro día a más tardar.
Miguel de Cervantes Saavedra
Con todo esto, sin
apearse, llegaron tan cerca, que distintamente veían los rostros de los que peleaban, porque aún no era puesto el sol.
Miguel de Cervantes Saavedra
-gritó desde el palenque el muchacho; y antes que don Agustín hubiera tenido tiempo de espantar los perros y de invitarlo a apearse-: Don Agustín -le dijo-, manda decir mi tío si usted puede venir hasta casa, para hacer un cajón.
En diciembre de 1840 la condesa invita a Beyle con frases apremiantes para que las visite en Madrid; se alojaría en su casa e iría con sus dos hijas a esperarle al apearse de la diligencia.
Preparáronse hasta tres docenas de cohetes, dos arcos triunfales y una fuente de rioja, y seguido de todos los alguaciles y empleados del concejo, a cuyo frente iban los hombres del pronunciamiento, entró una tarde el amolador en el pueblo sobre una mula torda, con corona de similor sobre la frente y una caña en la mano, a manera de rey de bastos, y en esta guisa y después de apearse a las puertas del palacio tomó asiento en el trono que habían venido ocupando todos los señores de aquel pueblo.
¡Un caballo! -exclama, como Ricardo, al apearse bajo los floridos granados de la estación-. Pero, si el gran paladín sabía a qué atenerse al ofrecer su reino por un corcel, yo ignoraba del todo los percances que sobre el lomo de ese noble animal, esperan al peregrino en aquellas magníficas alturas.
Y me escalofría el pensamiento de que un día, quizás no lejano, pudiese apearse de los altares la Cruz bendita de Cristo, y ser convertidos los templos en almacenes y cuarteles, y callar el sacrificio y la oración pública, y ser asesinados los sacerdotes o buscar un refugio en esos montes y extinguirse esa sonrisa de la Madre de Begoña que es el encanto de la gran ciudad.
Una hora después, pasaba a caballo por frente a la casa, en dirección a Santa Pola, Chaume. Se detuvo sin apearse, saludando a Roseta que estaba al borde del camino.
Y ocurrió que, al tercer día de su viaje, María estaba fatigada en el desierto por el ardor del sol, y, viendo una palmera, dijo a José: Voy a descansar un poco a su sombra. Y José la condujo hasta la palmera, y la hizo apearse de su montura.
Y pues muerta salió de casa, viva no la recibo ni a balazos, aunque se empeñe el Cabildo No valieron reflexiones para hacerlo cambiar de resolución y que descorriese el cerrojo. El hombre no quiso
apearse de su asno.
Ricardo Palma