Ejemplos ?
Entra, por fin, en la Basílica; cruza las naves, desciende la escalera dorada que conduce a la cripta, y mientras a sus espaldas la guardia brega para reprimir el empuje del torrente humano que pugna por arrimarse a la balaustrada, en el recinto descubierto, más bajo que la multitud, el Papa queda solo.
Una noche—estábamos en Nueva York—me enteré de que se pasaba por fin "El Páramo", una de las dos cintas de que he hablado, y cuyo estreno se esperaba con ansiedad.
¡Ha abandonado su servicio!—rujo lanzándome del arenero. Calma espectacular. ¡En el campo, por fin, fuera de la rutina ferroviaria! Ayer, mi hija moribunda.
Mas su sorpresa ante el frenético olvido de Enid, su ira y su venganza estaban vivas allí, encendiendo el rastro químico de Wyoming, moviéndose en sus ojos vivos, que acababan, por fin, de fijarse en los nuestros.
Hasta lo alto de la barranca, que los tres viajeros treparon bajo la lluvia, por fin uniforme y maciza, la arcilla empapada fosforeció.
Míster Jones lo atravesó, sin embargo, braceando entre la paja restallante y polvorienta por el barro que dejaban las crecientes, ahogado de fatiga y acres vahos de nitrato. Salió por fin y se detuvo en la linde; pero era imposible permanecer quieto bajo ese sol y ese cansancio.
Los vecinos, armados, lo rastrearon en el monte como una fiera, hallándolo por fin trepado en un árbol, con su escopeta aún, y aullando de un modo horrible.
Las once y media, aun las doce sonaron a veces, sin que él se decidiera a soltarme las manos, y sin que lograra yo arrancar mi mirada de la suya. Se iba por fin, y yo quedaba dichosamente rendida, paseándome por la sala con la cara apoyada en la palma de la mano.
Subercasaux se dio por primera vez cuenta exacta, en esa noche, de que los dos compañeros que había abandonado a la noche y a la lluvia eran sus dos hijos, de cinco y seis años, cuyas cabezas no alcanzaban al cubo de la rueda, y que, juntitos y chorreando esperaban tranquilos a que su padre volviera. Regresaban por fin a casa, contentos y charlando.
Pero Enid—¡Enid entre mis brazos!—tenía la cara vuelta a la luz, pronta para gritar... ¡Cuando Wyoming se incorporó por fin! Yo lo vi adelantarse, crecer, llegar al borde mismo de la pantalla, sin apartar la mirada de la mía.
Temblaba, más de vergüenza y de remordimiento -es justo decirlo- que de gozo. Sus labios se abrieron por fin, y fue para repetir desatentadamente: -¿Cómo has sabido...?
María Vicenta se echó al suelo, pegó el rostro al de su hijo y así permaneció un rato largo, sin llorar, sin moverse, cual si se hubiese dormido. Por fin, la llamaron, la sacudieron, gritaron a su alrededor: -¡Los señores amos!