Ejemplos ?
Su pálido y amoratado rostro, su voz, su labio trémulo, mostraban el movimiento convulsivo de su corazón, la agitación de sus nervios.
y con un movimiento convulsivo y apasionado, la estrecha contra su nervudo pecho, y los ardientes labios del infiel, profanan los labios de la virtuosa esposa de Hurtado.
Pedro, con un movimiento convulsivo, oprimió el puño de su espada, levantó la cabeza, que, en efecto, había inclinado, y dijo con voz sorda: -¿Qué Virgen tiene esa presea?
Mientras me miraba todavía fijamente, un estremecimiento convulsivo, que yo no podía separar de la idea de sufrimiento, apareció en la cruel cicatriz.
A este dulce pensamineto su corazón inflamado, todo su cuerpo agitado de convulsivo temblor, de su Valentina hermosa fijo en la imagen estaba, y la insensata esperaba realización de su amor.
El pobre Eustaquio se espantó tanto de su acción que se arrojó a los pies del magistrado pidiéndole perdón en los términos más suplicantes y piadosos, jurando que había sido un movimiento convulsivo imprevisto, en el que su voluntad no entraba para nada y para el que esperaba la misericordia suya y de Dios.
Tornó empero a dominarse, cerró los ojos para no verla, extendió la mano, con un movimiento convulsivo, y le arrancó la ajorca, la ajorca de oro, piadosa ofrenda de un santo arzobispo, la ajorca de oro cuyo valor equivalía a una fortuna.
MELCHTHAL.–––(Entrando precipitadamente en la sala.) ¿Los ojos, habéis dicho? STAUFFACHER.––(Sorprendido; a WALTHER.) ¿Quién es este mancebo? MELCHTHAL.––(Convulsivo.) ¡Los ojos! ...
Allá adentro sonaron sollozos, sollozos de niña, y un horrible temblor convulsivo agitó a la expirante cabrita, que luchó por alzarse del suelo con esfuerzo de angustia infinita.
-Yo también te suplico, te invoco, cristiana, y te ruego que me ames. Al concluir estas palabras, asió una de las blancas y frías manos de Lucía, y la estrechó con un movimiento convulsivo.
Es de hacer notar que los prejuicios populares y los errores del vulgo concernientes a las pestes y a las guerras -errores que antes prevalecían a cada aparición de un cometa- eran ahora completamente desconocidos. Como naciendo de un súbito movimiento convulsivo, la razón había destronado de golpe a la superstición.
La dirección del cuadrúpedo estaba entera y absolutamente confiada al que iba delante, tarea grave y trascendental, no solo por las veleidades fantásticas de la bestia y por la necesidad de cortar campo, sino por la preocupación incesante del jinete para evitar la probable operación de la talla, practicada inconscientemente por la cruz pelada y puntiaguda, a favor del convulsivo movimiento de una manquera tradicional.