El médico

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El médico   
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Ejemplos ?
¿Usted cree que las almas están sujetas a leyes fisiológicas? -me preguntó el médico rancio y anticuado, de quien se burlaban sus jóvenes colegas-.
Su madre, opulentísima señora, andaba loca con el afán de darle salud, y el médico, fijándose en la índole del padecimiento del niño, decía que, principalmente, dimanaba de una especie de atonía o insensibilidad, efecto de que su sistema nervioso se encontraba como amodorrado o dormido, y no comunicaba al organismo las reacciones vitales y al espíritu la fuerza necesaria.
Y el médico de Vilamorta, el célebre Tropiezo, repetía con una especie de cómico terror: -Mala rabia me coma si no tenemos aquí un centenario de esos de quienes hablan los periódicos.
El tan celebrado y jubiloso día en que se levantó el Capitán Veneno había de tener un fin asaz lúgubre y lamentable, cosa muy frecuente en la humana vida, según que más atrás, y por razones inversas a las de ahora, dijimos filosóficamente. Estaba anocheciendo; el médico y el Marqués acababan de retirarse.
Llegado que hubo el médico, y tan pronto como pulsó a la viuda (a quien media hora antes dejó tan contenta y en casi regular estado), dijo que había que acostarla inmediatamente, y que tendría que guardar cama algún tiempo hasta que cesase la gran conmoción nerviosa que acababa de experimentar...
A nadie conviene ver inmóviles las cosas que se mueven. —¿Y eso?—me ha dicho el médico mirándome—. ¿Quién le ha definido esas cosas?
Cuando el Pulío llegó a la casa, después de enterarse la anciana de que la bala no había interesado más que la piel y los tejidos blandos, dijo a aquél con acento de súplica: -Pos me va usté a jacer el favor de icirle al Clavija que se le está poniendo el emplasto que él ha dispuesto, pero en lugar del emplasto le va usté a poner... Y la vieja repitió, palabra por palabra, todo cuanto el médico le indicara.
Cuando don Leovigildo salió de la habitación, ya cumplido su santo ministerio consolador, quedó Rosalía como sumida en un a modo de lúcido desmayo; una vaga sensación hasta entonces no sentida habíase adueñado de todo su ser; parecíale que empezaba a ver las cosas por cristales nunca vistos: a sus ojos empezaban a confundirse las líneas y los colores; parecía como si estuviese distante de la habitación en que yacía; la mano férrea que aprisionaba su pecho empezaba, sin duda, a sentirse cansada; aquello era, sin duda, la crisis anunciada por el médico.
Sócrates: Nada, pero respóndeme; ¿el médico que cura a un enfermo te parece que obra con utilidad para sí mismo y para el enfermo?
En aquel mismo punto, una vieja de cara bestial, de recias formas, de saliente mandíbula y juanetudos pómulos, llegó cargada con un haz de tojo que porteaba en la horquilla, y que depositó sobre el montículo de estiércol, adorno del corral. -Fíjese usted bien -advirtió el médico- en esta pareja.
Y como nos hubiésemos alejado algún tanto de la casucha, el médico añadió, hablando lentamente, para que produjesen mayor efecto sus palabras: -Pues esos que acaba usted de ver...
-¡Es verdad! -exclamó el raro personaje, llevándose las manos a la cabeza y tentando las vendas que le había puesto el médico-. ¡Estos pícaros me han herido!