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Ejemplos ?
Alcibíades: Sin duda. Sócrates: Un zapatero tiene toda la habilidad para hacer zapatos; ¿es bueno para esto? Alcibíades: Muy bueno.
Todos insistieron en que no lo hiciese, pues sin duda correría la suerte de los otros; también su compañero de ruta trató de disuadirlo, pero Juan, seguro de que todo se resolvería bien, se cepilló los zapatos y la chaqueta, se lavó la cara y las manos, se peinó el bonito cabello rubio y se encaminó a la ciudad y al palacio.
Está bien hablar de las largas túnicas blancas del más allá, en todos su simbolismo, pero últimamente la gente quiere ternos, y vestidos, y zapatos para vestirse aquí abajo.
El sombrero era alto y de ancha ala, y los más jóvenes se lo adornaban a veces con una pluma; la camisa de lana desaparecía bajo un cuello vuelto, de hilo blanco; la chaqueta quedaba ceñida y abrochada de arriba abajo; la capa colgaba suelta sobre el cuerpo, mientras los pantalones bajaban rectos hasta los zapatos, de ancha punta, pues no usaban medias.
Se hundía otra vez: desapareció pugnando en vano por sostenerse. Alguien tiraba de sus zapatos... Buceó en la oscuridad, sorbiendo agua, inerte, sin fuerzas, pero sin saber cómo, volvió otra vez a la superficie.
-Güeno... vamos a dejarnos de música... y dígame usté cómo andan mis zapatos. -¡Sin tacones entoavía! -No le saliera a usté un cangro en ca coyuntura, so ladrón...
Todos los árboles estaban cubiertos de escarcha, como blancos corales; la nieve crepitaba bajo los pies, como si se llevasen siempre zapatos nuevos, y en el cielo se sucedían las lluvias de estrellas.
¡Qué mejillas más sonrosadas y qué ojos tan brillantes! Pero no llevan medias ni zapatos; están bailando sobre la muralla verde. Según cuenta la leyenda, hace pocos años la tierra se hundía allí constantemente, y en una ocasión un inocente niño cayó con sus flores y juguetes en la abierta tumba, que se cerró mientras el pequeñuelo jugaba y comía.
Mientras tanto, el viejo duende bailaba en el salón con su joven prometida e intercambiaba con ella los zapatos, lo cual es más distinguido que intercambiar sortijas.
La gorra le martirizaba las sienes; los pantalones tiraban de él como si llegasen hasta el fondo del mar y fuesen barriendo las algas. —Calma, Juanillo, calma. Y arrojó la gorra, lamentando no poder hacer lo mismo con los zapatos. Tenía confianza.
Un barco corre mucho; por pronto que hubiesen subido a cubierta y arriado vela, ya estarían a más de una milla. Y acariciando esta ilusión, se hundía dulcemente como si tirasen de sus pesados zapatos.
Descansarán andando al pie de esta carrera, sollozarán pensando en vuestras órbitas, venturosos serán y al son de vuestro atroz retorno, florecido, innato, ajustarán mañana sus quehaceres, sus figuras soñadas y cantadas! ¡Unos mismos zapatos irán bien al que asciende sin vías a su cuerpo y al que baja hasta la forma de su alma!