La nueva desgracia que se ha buscado mi incorregible y muy amado pariente don Jorge de Córdoba, a quien nadie mandaba echar su cuarto a espadas en el jaleo de ayer tarde (pues que está de reemplazo, segun costumbre, y ya podría haber escarmentado de meterse en libros de caballerías), es cosa que tiene facilísimo remedio, o que lo tuvo, felizmente en el momento oportuno, gracias al heroísmo de esta gallarda señorita, a los caritativos sentimientos de mi
señora la generala Barbastro, condesa de Santurce, a la pericia del digno doctor en medicina y cirugía, señor Sánchez, cuya fama érame conocida hace muchos años, y al celo de esta diligente servidora...
Pedro Antonio de Alarcón
Por lo demás, la
señora Generala y yo hablaremos a solas (cuando le sea cómodo, pues yo no tengo nunca prisa) acerca de insignificantes pormenores de conducta, que darán forma natural y admisible a lo que siempre será, en el fondo, una gran caridad de su parte...
Pedro Antonio de Alarcón
-gritaba en tanto la sirvienta-. ¡Ya entra en la casa de enfrente! Repórtese la
señora... Pero ésta no la oía. Pálida como una difunta, luchaba con su abatimiento hasta que, hallando fuerzas en el propio dolor, alzóse medio loca y corrió a la calle...
Pedro Antonio de Alarcón
Así, al pie de la letra: quince y dos meses acababa de cumplir Inesiña, la sobrina del cura de Gondelle, cuando su propio tío, en la iglesia del santuario de Nuestra
Señora del Plomo -distante tres leguas de Vilamorta- bendijo su unión con el señor don Fortunato Gayoso, de setenta y siete y medio, según rezaba su partida de bautismo.
Emilia Pardo Bazán
Sólo había abierto hasta entonces la boca, antes de comenzarse la dolorosa operación, para dirigir las breves y ásperas interpelaciones a doña Teresa y a Angustias, contestando a sus afectuosos buenos días. -¡Por los clavos de Cristo,
señora!
Pedro Antonio de Alarcón
En el piso bajo de la izquierda de una humilde pero graciosa y limpia casa de la calle de Preciados, calle muy estrecha y retorcida en aquel entonces y teatro de la refriega en tal momento, vivían solas, esto es, sin la compañía de hombre alguno, tres buenas y piadosas mujeres, que mucho se diferenciaban entre sí en cuanto al ser físico y estado social, puesto que éranse que se eran una señora mayor...
¿Por qué ha permitido que se levante usted tan temprano, y no ha venido ella a traerme el chocolate? Dígame usted,
señora Teresa: ¿está mala acaso la joven princesa de Santurce?
Pedro Antonio de Alarcón
Saludó correctísimamente a Angustias, al Doctor y hasta un poco a la gallega, aunque ésta no le había sido presentada por la
señora de Barbastro, y sólo entonces dirigió al Capitán una larga mirada de padre austero y cariñoso, como reconviniéndole y consolándole a la par y aceptando, ya que no el origen, las consecuencias de aquella nueva calaverada.
Pedro Antonio de Alarcón
ANGUSTIAS.-¡Continúe! ¡No me escatime galanterías! EL CAPITÁN.-¡Si,
señora! ¡Voy a hablarle con toda franqueza! Yo he tenido siempre aversión instintiva a las mujeres, enemigas naturales de la fuerza y de la dignidad del hombre, como lo acreditan Eva, Armida, aquella otra bribona que peló a Sansón, y muchas otras que cita mi primo.
Pedro Antonio de Alarcón
Dicho esto, que no es fórmula oratoria de cortesía, sino expresión del antiguo y alegado afecto que le profesa mi alma, tengo que cumplir con usted otro deber sagrado, cuyo tenor es el siguiente: El procurador o agente de negocios de su difunta madre, al notificarme hoy la penosa nueva, me ha dicho que cuando, hace dos semanas, fue a poner en su conocimiento la desfavorable resolución del expediente de la viudedad, y a presentarle las notas de nuestros honorarios, tuvo ocasión de comprender que la señora poseía apenas el dinero suficiente para satisfacerlos...
¡Asesina a la buena
señora, hablándole de insolvencia y de ejecución, al pedirle los honorarios, para ver si la obligaba a darle la mano de usted; y ahora quiere comprar esa misma mano con el dinero que le sacó por haber perdido el asunto de la viudedad...
Pedro Antonio de Alarcón
Si yo cogiera al infame que me ha traído a esta casa, nada más que a fastidiar a ustedes y a deshonrarme... -Trajímosle en peso yo y la
señora y la señorita...
Pedro Antonio de Alarcón