En la perfumada cama corriente de un congal de buena muerte, Adolfo gozaba de las caricias de un prostituta barata. De repente, apuraba la copa de
ron para, después de saborearla, reiniciar su lid voluptuosa y artificial.
Antonio Domínguez Hidalgo
Ahora, en cuanto á los títulos de Castilla que se conocie- ron en el Perú, diremos que el de Cazares, conferido á la casa de Pastrana, fué el primero de marqués que se conce- dió, siguiéndose el de Santiago, creado en 1660, en favor del oidor don Dionisio Pérez de Manrique, primer título de Cas- tilla que hubo en la Audiencia de Lima.
Pocos años después quedó viudo; y el poeta de la Bibera apodo con que era generalmente conocido, por consolar su pena, se dio al abuso de las bebidas alcohólicas que remata- ron con él en 1692, antes de cumplir los cuarenta años, como él mismo lo presentía en uno de sus más galanos romances.
Recordé que, en la infancia, los granujillas y mocosuelas de mi casa y de la vecindad, nos agrupábamos, en las noches de clarísima luna, en torno de alguna vieja, gran cuentista, cuentera ó contadora de cuentos, (que de los tres modos sabíamos decirlo, sin cuidamos del Diccionario,) y se nos pasaban las horas muertas oyéndola narrar consejas que, si ahora las cali- ficamos de ñoñerías sin entripado, á la chiquillería parecie- ron verdades como el puño, y con más intención que un toro bravo.
Dichosos los animales que vienen sin saber que vienen, que viven sin saber que vienen, que mueren sin preocuparse por ello. Inútiles
ron las promesas, los sacrificios, los amores, los temores, ¡Todo!; si tenemos que morir.
Antonio Domínguez Hidalgo
I Caminaba por las calles turbias tambaleando su cuerpo de
ron, la nostalgia grabada en los labios y en sus ojos palabras de un dios Murmurando extrañas confusiones a la vida le llamaba flor, sus recuerdos los vestía con odres y entre ensueños vivía el corazón.
Antonio Domínguez Hidalgo
Hicieron en seguida maniquíes semejantes a hombres; esto fue por ellos; después los alinearon allí, en las fortificaciones; de igual modo estaban allí sus escudos, estaban allí sus flechas, ron los cuales se les adornó; en sus cabezas se les pusieron coronas de metales preciosos; se les pusieron a aquellos simples maniquíes, a aquellos simples construidos con madera; se les pusieron los metales preciosos que se habían ido a coger a las tribus en el camino y con los cuales los maniquíes fueron adornados por .
Alarmados el virrey y el vecindario, se procedió a armar y equipar en el Callao una escuadra compuesta de siete naves; pero su excelencia hizo el grandísimo disparate de nombrar para el comando de ella nada menos que á tres generales, que lo fue-
ron don Tomás Paravicino (cuñado del virrey, duque de la Patata), don Pedro Pontejo y don Antonio Beas.
Ricardo Palma
En cierta noche del año 1824 hallábanse en un mezquino cuarto de posada, en la ciudad de Huamachuco, en conversación íntima, sazonada con sorbos á una taza de té y besos á una copa de ron de Jamaica, dos caballeros que vestían uniforme militar y que, por su fisonomía y acento, denunciaban de á legua su nacionalidad europea.
El que venía á interrumpir el coloquio de los amigos era nada menos que el general Antonio José de Sucre, cuya frente orlaban ya los laureles de Pichincha, y que en breve obtendría también los de Ayacucho. O'Connor llamó al asistente, y le ordenó que sirviese taza de té y copita de ron al general.
Pero la víspera de la marcha, y con pretexto de acompañarlo á misa, entraron varios oficiales al cuarto de Fuelles, que aun no se había levantado de la cama, le dieron de puñaladas, le corta- ron la cabeza y la pusieron en el mismo sitio público donde él había hecho colocar antes la del virrey Blasco Núñez de Vela.
El padrino, que trabajaba ya en taller propio y que, mo- neda á moneda, guardaba como ahorro un centenar de pelu- conas, resolvió que su mujer cerrase la picantería; y el ma- Irimonio fué á establecerse en el extremo opuesto de la ciu- dad, en la calle del Arco, donde con modesta decencia arregla- ron una casita.