Sintiéndolas libres el joven, por un movimiento brusco en el cual pareció agotarse toda su fuerza y vitalidad, se incorporó primero sobre sus brazos, después sobre sus
rodillas y se desplomó al momento murmurando: —Primero degollarme que desnudarme, infame, canalla.
Esteban Echeverría
Ahora soy lo que soy, y vuelvo a casa despacio y maravillado. He tomado el café con mi hija en las
rodillas, y en una actitud que ha sorprendido a mi mujer.
Horacio Quiroga
Sus brazos se rindieron cansados, y yo levanté la cabeza. Encontré sus ojos un instante, un solo instante, antes que Enid se doblegara a llorar sobre sus propias
rodillas.
Horacio Quiroga
citados de la Sabiduría: El Rey se hace llamar el amo, y exije que se le hable de rodillas, como si los hombres fueran animales envilecidos de otra especie.
A todo esto, el señor mi amo estaba en el púlpito de rodillas, las manos y los ojos puestos en el cielo, transportado en la divina esencia, que el planto y ruido y voces que en la iglesia había no eran parte para apartalle de su divina contemplación.
Y al sentirme temblar mudo sobre el altar de sus
rodillas, bruscamente me levantó la cara entre las manos: —¡Pero déjame, te digo!
Horacio Quiroga
Vamos todos a suplicalle.” Y así bajó del púlpito y encomendó a que muy devotamente suplicasen a Nuestro Señor tuviese por bien de perdonar a aquel pecador, y volverle en su salud y sano juicio, y lanzar dél el demonio, si Su Majestad había permitido que por su gran pecado en él entrase. Todos se hincaron de rodillas, y delante del altar con los clérigos comenzaban a cantar con voz baja una letanía.
Se quedó en la iglesia y como veía a los fieles adorar de
rodillas a una imagen del niño Jesús, creyó que aquel era Dios y dijo a la imagen: -¡Qué delgado estás, Dios mío!
los Hermanos Grimm
La dichosísima gallega era quien roncaba, si había que roncar, en la mejor butaca de la sala, con la vacía frente clavada en las
rodillas, por no haber caído en la cuenta de que aquella butaca tenía un respaldar muy a propósito para reclinar el occipucio.
Pedro Antonio de Alarcón
Desde allá y de atrás, acechó a su compañero; pero Podeley yacía de nuevo de costado, con las
rodillas recogidas hasta el pecho, bajo la lluvia incesante.
Horacio Quiroga
El alguacil dijo: “Harto hay más que decir de vos y de vuestra falsedad, mas por agora basta.” El señor comisario se hincó de rodillas en el púlpito y, puestas las manos y mirando al cielo, dijo ansí: “Señor Dios, a quien ninguna cosa es escondida, antes todas manifiestas, y a quien nada es imposible, antes todo posible, tú sabes la verdad y cuan injustamente yo soy afrentado.
—¡No, no sé! —Sí, lo sabes. Enid me apartaba siempre, y yo resistía con la cabeza entre sus
rodillas. —Dime que lo sabías... —¡No, cállate!
Horacio Quiroga