Lloran de hambre, tiemblan de frío, gimen de abandono, enseñan sus lacras, se cogen a la vestidura inconsútil de Cristo, se quieren abrigar bajo sus
pies, reclinarse en su seno, agarrarse a sus manos pálidas y luminosas.
Emilia Pardo Bazán
Le paseaba, le adivinaba los gustos, le traía juguetes y golosinas, y el chico tomaba los juguetes un momento y luego los dejaba caer, con indiferencia, a los
pies del sillón en que permanecía lánguidamente sentado meses y meses.
Emilia Pardo Bazán
Se les creía, y se les cree aún, partidarios de esconder en el jergón los ahorros, y se pierde la cuenta de las tostaduras de
pies y rociones de aceite hirviendo que les han aplicado los bandidos.
Emilia Pardo Bazán
Los ladrones sacaron los veinte duros y se los dieron al segador, el cual se arrojó a los
pies de aquel personaje que dominaba a los bandoleros y que tan buen corazón tenía.
Pedro Antonio de Alarcón
de esfuerzo y de ansia, van arrancando pellones de tierra de la trinchera, tierra densa, compacta, rojiza, que forma en torno de ellos montones movedizos, en los cuales se sepultan sus desnudos
pies.
Emilia Pardo Bazán
Cuantos pedazos de tierra se vendían en el país, sin regatear los compraba Gayoso; en la misma plaza de la Constitución de Vilamorta había adquirido un grupo de tres casas, derribándolas y alzando sobre los solares nuevo y suntuoso edificio. -¿No le bastarían a ese viejo chocho siete
pies de tierra?
Emilia Pardo Bazán
No es culpa mía si no tengo personalidad suficiente ni otros títulos que un amor tan grande como sin correspondencia, al hacer a usted semejante ofrecimiento, que le suplico acepte, en debida forma, de un apasionádo y buen amigo atento y seguro servidor, que besa sus
pies.
Pedro Antonio de Alarcón
Pero no habría andado cincuenta pasos, cuando su bienhechor lo llamó de nuevo. El pobre hombre se apresuró a volver
pies atrás. - ¿Qué manda V.?--le preguntó, deseando ser útil al que había devuelto la felicidad a su familia.
Pedro Antonio de Alarcón
Tenía los ojos inyectados de sangre, la boca y las orejas tapiadas con barro bermejo. Los
pies parecían incrustados en la tierra, otra vez compacta.
Emilia Pardo Bazán
En medio de la estancia hallábase un hombre puesto a cuatro
pies sobre la alfombra: encima de él estaba montado un niño de tres años espoleándolo con los talones, y otro niño, como de uno y medio, colocado delante de su despeinada cabeza, le tiraba de la corbata, como de un ronzal, diciéndole borrosamente: -¡Arre, mula!
Pedro Antonio de Alarcón
Sabed que el que resiste á las potestadas legítimas, resiste á las ordenes del Señor: dejad, pues, las armas; echaos á los pies del trono, no temais ni las prisiones ni la muerte; temed, sí, al que tiene poder despues que quita la vida al cuerpo, de arrojar la alma a los infiernos.
Ni aun estos suplicios me aterran á presencia de sus misericordias: sé que el dia que un pecador se arroja á sus pies, se regocija todo el cielo: se que él es el mismo que á la oveja perdida cuando la encuentra, no la pone al arbitrio de los lobos, sino que amoroso la coloca sobre sus hombros, y que al hijo que habia sido el oprobio de su familia, lo recibe con ternuras tan singulares, que puede causar envidia á sus hijos mas sumisos: toda la falta de mis méritos la suple con superabundacia la sangre que virtió y ofreció por mi.