Ejemplos ?
Aquel proyecto de cacería era entre ellos, desde tiempo atrás, el objeto de citas y conciliábulos misteriosos; pero, siempre habían encontrado para llevarlo a cabo dificultades, inconvenientes insuperables. ¿Cómo proporcionarse pólvora, perdigones y fulminantes?
-Ya ves -decía el primero-, estamos, vaya el caso, dentro del cañón de una escopeta, en el sitio en que se pone la carga -y señalando delante de él la alta galería continuó-: Al menor descuido, una chispa que salte o una lámpara que se rompa, el Diablo tira del gatillo y sale el tiro. En cuanto a los que estamos aquí, haríamos sencillamente el papel de perdigones.
Petaca había cumplido su palabra escamoteando a su padre una carga de fulminantes y, en cuanto a los perdigones, se les había sustituido con gran ventaja y economía por pequeños guijarros recogidos en el lecho del arroyo.
Y si se recuerda que el ingenio de un poblador haragán llega a enseñar a sus cachorros esta maniobra para aprovecharse ambos de la presa, se comprenderá que Cooper perdiera la paciencia, descargando irremisiblemente su escopeta sobre todo ladrón nocturno. Aunque no usaba sino perdigones, la lección era asimismo dura.
Atascaba con calma el manojo de hierba que servía de taco, y luego en el hueco de la mano contaba meticulosamente los Doce Pares, doce perdigones redondos y relucientes a fuerza de restregarlos entre sus dedos como objetos preciosos, y dos a dos para establecer bien la cuenta precipitábalos dentro del tubo descomunal.
Pues nada, me eché a llorar; pero no por la muerte del pájaro, sino porque me miraba en aquel espejo, y creía que también iban a pegarme un tiro con perdigones, y que me despatarraría en el sembrado, con el hocico frío y los ojos vidriados y derretidos casi.
Los primeros bucaniers se obligan con tal cual plantador a darle carne, cuanta hubiera menester, un año entero a cierto precio, cuya paga se hace de ordinario con doscientas o trescientas libras de tabaco en hoja, además que el plantador obligado debe dar un criado que llevan consigo para asistirles, a quien el amo da bastantes municiones, particularmente de pólvora, balas y perdigones para que caze.
A la mañana, con la aurora, todo el mundo está alerta; los corsarios y escopetas, de pie y en rueda, hunden en un enorme caldero, después de haberse santiguado, su cuchara de cuerno sin mango, sacan con ella una cucharada de migas, la cual hacen pasar a la mano y de ésta a la boca; repetida esta operación hasta apurar el caldero, todo el mundo se dirige al sitio donde se va a dar la batalla: momento de confusión; nadie pide parecer, cada cual da el suyo; uno pide pólvora, otro perdigones...
Mete el cañón del fusil, cargado con perdigones grandes, en el culo del muchacho al que acaba de joder y dispara mientras eyacula.
Estos me dijeron que eran habladores de diluvios, sin escampar de día ni de noche, gente que habla entre sueños y que madruga a hablar. Había habladores secos y habladores que llaman del río o del rocío y de la espuma, gente que graniza de perdigones.
Subieron los de la hostería y halláronme atravesado con cuatro balas y con muchos perdigones, pero todas por partes que de ninguna fue mortal la herida.
Él calculó que de la pólvora, si no surtía efecto, se podría con facilidad pasar á los perdigones, y se largó con la música y la teología á otra parte menos difícil.