Diríase que le soplaban la piel, que le inyectaban jugos: sus mejillas perdían las hondas arrugas, su cabeza se erguía, sus
ojos no eran ya los muertos
ojos que se sumen hacia el cráneo.
Emilia Pardo Bazán
- ¡Necio de mí! -exclamaba al mismo tiempo Parrón, mirando al gitano con
ojos de león herido- ¡es el único hombre a quien he perdonado la vida!
Pedro Antonio de Alarcón
Aquella palabra fué para mí lo que sería para un viejo ciego de nacimiento ver de pronto el sol en toda su refulgencia. La luz de la esperanza brilló a mis
ojos tan súbitamente, que los cegó.
Pedro Antonio de Alarcón
Caliente estaba aún el cuerpo del animal; la blanca y densa piel de su vientre relucía como seda manchada de sangre; sus enormes orejas pendían; sus
ojos se vidriaban.
Emilia Pardo Bazán
No la mía: la de todos. Cerrando los
ojos, a obscuras en mi habitación silenciosa, yo trataba de representarme el momento terrible.
Emilia Pardo Bazán
Cuando se supo en Auriabella el suplicio atroz del que llama el vulgo San Antonio de Illaos; cuando se tuvieron pormenores de aquella admirable constancia del joven mártir, que repetía en las torturas, al sentir las agudas cuñas hincársele en los dedos apretados por tablillas y en las piernas sujetas al cepo: «Jesús mío, sólo te pido que los salves, que les abras los ojos»...
A las primeras palabras anímase el Niño con vida fantástica: la carne se hace carne. Sus
ojos se entreabren, sus puñitos se tienden hacia el Papa como si se tendieran hacia un abuelo cariñoso, haciendo fiestas.
Emilia Pardo Bazán
Orso clavó en ella sus
ojos impúdicos; tendió la mano, apartó los rizos de oro..., y asombrado se echó atrás; en la niña desvalida, dispuesta allí para ultrajarla, veía el rostro de su hija Lucía, las mismas facciones, las mejillas, la frente, sonrojada de vergüenza.
Emilia Pardo Bazán
¡Eh, muchachos! Decir Parrón estas palabras y rodearme una nube de trabucos, todo fue un abrir y cerrar de
ojos. - ¡Jesús me ampare!
Pedro Antonio de Alarcón
aría Vicenta, la costurera, alzó la cabeza, que tenía caída sobre el pecho, y momentáneamente llevó sus hinchados y extraviados
ojos hacia la puerta de entrada.
Emilia Pardo Bazán
Detrás de la cáfila de pollos venían cinco figurones, de cara cubierta por negros pañuelos que el sombrero ancho sujetaba, y en que dos tijeretazos habían recortado el hueco de los
ojos.
Emilia Pardo Bazán
No veía. Llevéme la mano a los
ojos como para quitarme una venda, y me toqué los
ojos abiertos, dilatados.... ¿Me había quedado ciego?
Pedro Antonio de Alarcón