Ejemplos ?
Diríase que le soplaban la piel, que le inyectaban jugos: sus mejillas perdían las hondas arrugas, su cabeza se erguía, sus ojos no eran ya los muertos ojos que se sumen hacia el cráneo.
- ¡Necio de mí! -exclamaba al mismo tiempo Parrón, mirando al gitano con ojos de león herido- ¡es el único hombre a quien he perdonado la vida!
Aquella palabra fué para mí lo que sería para un viejo ciego de nacimiento ver de pronto el sol en toda su refulgencia. La luz de la esperanza brilló a mis ojos tan súbitamente, que los cegó.
Caliente estaba aún el cuerpo del animal; la blanca y densa piel de su vientre relucía como seda manchada de sangre; sus enormes orejas pendían; sus ojos se vidriaban.
No la mía: la de todos. Cerrando los ojos, a obscuras en mi habitación silenciosa, yo trataba de representarme el momento terrible.
Cuando se supo en Auriabella el suplicio atroz del que llama el vulgo San Antonio de Illaos; cuando se tuvieron pormenores de aquella admirable constancia del joven mártir, que repetía en las torturas, al sentir las agudas cuñas hincársele en los dedos apretados por tablillas y en las piernas sujetas al cepo: «Jesús mío, sólo te pido que los salves, que les abras los ojos»...
A las primeras palabras anímase el Niño con vida fantástica: la carne se hace carne. Sus ojos se entreabren, sus puñitos se tienden hacia el Papa como si se tendieran hacia un abuelo cariñoso, haciendo fiestas.
Orso clavó en ella sus ojos impúdicos; tendió la mano, apartó los rizos de oro..., y asombrado se echó atrás; en la niña desvalida, dispuesta allí para ultrajarla, veía el rostro de su hija Lucía, las mismas facciones, las mejillas, la frente, sonrojada de vergüenza.
¡Eh, muchachos! Decir Parrón estas palabras y rodearme una nube de trabucos, todo fue un abrir y cerrar de ojos. - ¡Jesús me ampare!
aría Vicenta, la costurera, alzó la cabeza, que tenía caída sobre el pecho, y momentáneamente llevó sus hinchados y extraviados ojos hacia la puerta de entrada.
Detrás de la cáfila de pollos venían cinco figurones, de cara cubierta por negros pañuelos que el sombrero ancho sujetaba, y en que dos tijeretazos habían recortado el hueco de los ojos.
No veía. Llevéme la mano a los ojos como para quitarme una venda, y me toqué los ojos abiertos, dilatados.... ¿Me había quedado ciego?