la buena sociedad

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la buena sociedad

il bel mondo
Ejemplos ?
Media docena de esos hombres de buen gusto, que a todo van a un baile más que a bailar, se hicieron las siguientes reflexiones: «Que la pasión de la danza tiene hondas raíces en la buena sociedad de este pueblo, es innegable: nosotros la hemos visto bailar sobre el húmedo retoño de las praderas, entre las coles y cebollinos de las huertas, sobre los guijarros de la Alameda y sobre los adoquines del Muelle; derretirse los sesos bajo un sol africano a las cuatro de la tarde, por llegar a las cinco a la romería y bailar en ella hasta las siete; volver después, al crepúsculo, medio a tientas, por callejas y senderos, y aliquando meterse en barro hasta las corvas...
-Murió su padre y se acabaron los últimos restos de respeto que se le tenía, por consideración al honrado anciano; la buena sociedad de la aldea no quiso recibirla como antes.
En fin, eran unos casados sin pero; y como su conciencia les decía que su piedad y sus virtudes presentes eran sinceras, y no continuación hipócrita de la mala vida pasada, les importaba un comino el que la buena sociedad de que habían sido socios muy malos les llamase beatos, santurrones y neos.
Gran tole tole había en la buena sociedad limeña por el mes de septiembre del año 1574. Y la cosa valía la pena, como que se trataba nada menos que de elegir santo patrono para la Real y Pontificia Universidad de Lima, recientemente creada por cédula del monarca y bula de Roma.
-Me guardaré muy bien de proponérselo, porque me consta, sin género alguno de duda, que esa opinión es la de toda la buena sociedad de Santander, de la que es usted tan digno miembro.
Belleforest detiene aquí su singular historia y termina con estas palabras: – Esta aventura, anotada, comentada e ilustrada, constituyó durante mucho tiempo la comidilla de la buena sociedad y de las clases populares, siempre ávidas de narraciones extrañas y sobrenaturales; pero incluso hoy es un buen relato para distraer a los niños al amor de la lumbre, aunque no debe ser tomado a la ligera por personas serias y de buen juicio.
Para historiarlo hemos procurado beber en buenas fuentes y consultado un curioso manuscrito de aquellos tiempos. Grande era el prestigio que dos frailes hermanos tenían en la buena sociedad limeña y en los claustros agustinos.
Pero ¿por qué hemos de tomar, por ejemplo, por tipo de la buena sociedad de París a la loreta que sobre ligero y fantástico carruaje va a Bologne a hacer ostentación de las brillantes galas de que la surte el último adulador a quien está arruinando, y no a la honrada señora que, en modesto carruaje 17, se cruza con ella en el camino para ir a llevar un consuelo a la virtud acrisolada por la miseria en una desabrigada buhardilla?
Y pasaban semanas y meses, y apenas si se hacía sentir la autoridad del marqués. Empleaba sus horas en estudiar las costumbres y necesidades del pueblo y en frecuentar la buena sociedad colonial.
Pertenecían ambos a lo que se llama la buena sociedad de Madrid, y durante diez o doce años, ambos se hicieron célebres en ella por la asombrosa facilidad con que en la dulce guerra de amor conquistaban una plaza, la abandonaban, y a conquistar otra.
Sus coqueteos la hicieron célebre por espacio de los mismos diez o doce años en la buena sociedad, y fueron innumerables los pollos y aun los gallos que por ella tomaron fósforos, se pusieron tísicos o se levantaron la tapa de los sesos, las novias a quienes birló el novio, los matrimonios que infernó y los desafíos y palizas de que fue causa.
Nos hallábamos acantonados en una de las principales ciudades del Sur, y tratábase de un próximo baile con que la buena sociedad se proponía agasajar al virrey.