Ejemplos ?
Ello corrido andaba por el país; que en Valdelor existían onzas, un montón de oro, encanfurnado en un rincón que sólo el amo y el mayordomo sabían, los muy zorros, ladinos...
A tu neno ahora le regala rosquillas la Virgen, y San Antón le está poniendo una ropa toda de oro, y de plata, y de perlas, con unos fleques colorados...
Sabedores de adónde se dirigía el que acababa de vender la pareja de bueyes y regresaba con las onzas de oro ocultas en el cinto, se adelantaban a esperarle en sitio favorable y solitario.
Orso clavó en ella sus ojos impúdicos; tendió la mano, apartó los rizos de oro..., y asombrado se echó atrás; en la niña desvalida, dispuesta allí para ultrajarla, veía el rostro de su hija Lucía, las mismas facciones, las mejillas, la frente, sonrojada de vergüenza.
Antes, dadle bien de comer cuanto desee. Y regaladle dos jarros de oro, y vino a discreción... Que se le trate como a mi persona...
-exclamó la viuda, mirando de reojo al Capitán. -¡Muy buen señor! -dijo la gallega, guardándose una moneda de oro que el Marqués la había regalado. -¡Un zascandil!
Ligero y como fluido, su cuerpo no le pesa; flota apaciblemente en una atmósfera de oro y luz, hecha de las partículas de los cirios, que se derraman ardientes y centelleantes.
Tampoco dejaron de fijarse en una muy vieja medalla de oro que llevaba al cuello bajo sus vestiduras, y en que aquella medalla representaba a la Virgen del Pilar de Zaragoza; de todo lo cual se alegraron sobremanera sacando en limpio que el capitán era persona de clase y buena y cristiana educación.
El día era espléndido; desde el cenador en que habíanse guarecido nuestros tres famosos prohombres, situado a espaldas del ventorrillo en una de las accidentaciones del monte -un monte pelado y rojizo sobre el que sólo verdegueaban los rústicos pabellones-, divisábase la carretera de la que cada ráfaga de viento arrancaba un remolino de polvo de oro, la arenosa playa donde morían las olas desdoblándose con plácido murmullo; la vía del ferrocarril, que pone en comunicación algunos de los pueblos de la costa levantina, y el mar que fulgía bajo un cielo espléndido, como un inmenso zafiro, surcado por cien barcas pescadoras de blanquísimo velamen.
Ceto, en contacto amoroso con Forcis, alumbró por último un terrible reptil que en sombrías grutas de la tierra, allá en los extremos confines, guarda manzanas completamente de oro.
Los tonos del crepúsculo pintaban los celajes de incopiables irisaciones, de opalinas transparencias; tras las enhiestas cumbres habíase hundido el sol dejando a su paso los últimos vaporosos pliegues de oro de su esplendorosa clámide; el valle adormecíase al conjuro de las primeras vaguedades precursoras de la noche; empezaban a esfumarse los contornos de los caseríos y de la arboleda; de vez en cuando turbaba el silencio la voz de alguno de los campesinos, que hablaba a distancia, o el rumoroso tintineo de las esquilas del ganado conducido a los apriscos por los pastores; algo dulce y sedante iba adueñándose del panorama, y allá en lo más hondo de etéreos abismos iban apareciendo los luceros y las estrellas, que parecían parpadear rutilantes y misteriosos.
Las horas que hubieron de transcurrir antes de que el sol empezara a plegar su regia túnica de oro en los vastos horizontes, las pasó Joseíto devorado por una impaciencia febril que no le dejaba sosegar.