ajo el manto de estrellas de una noche espléndida y glacial, Roma se extiende mostrando a trechos la mancha de sombra de sus misteriosos jardines de cipreses y laureles seculares que tantas
cosas han visto, y, en islotes más amplios, la clara blancura de sus monumentos, envolviendo como un sudario, el cadáver de la Historia.
Emilia Pardo Bazán
Hace catorce años que nos hemos casado, de manera que ya las esperanzas... ¡Qué se le ha de hacer! No es uno quien dispone estas
cosas... Vamos, no te pongas así, Julio, hijo mío...
Emilia Pardo Bazán
Y basta con esto de historia y de política, y pasemos a hablar de
cosas menos sabidas y más amenas, a que dieron origen y coyuntura aquellos lamentables acontecimientos.
Pedro Antonio de Alarcón
Así las
cosas, una mañana, sobre si debían abrirse o no los cristales de la reja de la alcoba, por hacer un magnífico día de primavera, mediaron entre don Jorge y su hermosa enemiga palabras tan graves como las siguientes: EL CAPITÁN.-¡Me vuelve loco el que no me lleve usted nunca la contraria, ni se incomode al oírme decir disparates!
Pedro Antonio de Alarcón
Así las
cosas, y a poco de sonar las tres y media en el reloj del Buen Suceso, el capitán abrió súbitamente los ojos; paseó una hosca mirada por la habitación; fijóla sucesivamente en Angustias y en su madre, con cierta especie de temor pueril, y balbuceó desapaciblemente: -¿Donde diablos estoy?
Pedro Antonio de Alarcón
¿Creéis que ese hombre, antes de dejar el mundo, antes de renunciar a las riquezas, a la fama, al poder, a la juventud, al amor, a todo lo que desvanece a las criaturas, no habrá sostenido ruda batalla con su corazón? ¿No adivináis los desengaños y amarguras que lo llevarían al conocimiento de la mentira de las
cosas humanas?
Pedro Antonio de Alarcón
¿Cómo había podido suceder? Como suceden esas
cosas: tontamente. Si no es la quiebra de su amigo y paisano Costavilla, no tendría ocasión de ponerse en frecuente contacto con la hermana, aquella Anita Dolores -mujer ya espigada en los treinta años, y más desenvuelta que candorosa.
Emilia Pardo Bazán
iempre que ocurría algo superior a la comprensión de los vecinos de Paramelle, preguntaban, como a un oráculo, al tío Manuel el Viajante, hoy traficante en ganado vacuno. ¡Sabía tantas
cosas!
Emilia Pardo Bazán
De esta vez, o se marcha del pueblo, o la cencerrada termina en quemarle la casa y sacarle arrastrando para matarle de una paliza tremenda. ¡Estas
cosas no se toleran dos veces!
Emilia Pardo Bazán
¡Madre del Corpiño! ¡En la que se metía! ¡
Cosas de muchachos! Ya vería, ya... Algunos párrocos, avergonzados, repitieron: -Convenía acompañarle...
Emilia Pardo Bazán
-continuó Angustias- que aquella mañana me habló usted, sobre poco más o menos así: Hija mía... -¡Hombre! ¡Qué
cosas dice uno! ¡Yo la llamé a usted "hija mía"!
Pedro Antonio de Alarcón
a tener que comer, que le asistía, con sujeción al artículo 10 del Convenio de Vergara, y, cuando ya no le quedó más que decir y comenzó a abanicarse en señal de tregua, apoderóse de la palabra el Marqués de los Tomillares y habló en los términos siguientes: (Pero bueno será que vaya también por separado su interesante relación, modelo de análisis expositivo que podrá figurar en la Sección Vigésima de sus obras:
Cosas de mis parientes, amigos y servidores).
Pedro Antonio de Alarcón