Ejemplos ?
Macetas diminutas, con arbustos enanos, coronaban la tapia, y árboles recortados en figura de peces, esquifes o jarrones, rodeaban el quiosco de porcelana también.
Ensalada de prodigios Pulgarcita Roja y Caperucita Blanca se encontraron en el bosque de los arbustos lluviosos y se pusieron a platicar sobre el pez dorado.
Pero lo más raro de todo era el colorido, que no correspondía a ninguno de los matices que el ojo humano había visto hasta entonces. Plantas y arbustos se convirtieron en una siniestra amenaza, creciendo insolentemente en su cromática perversión.
Una tarde, paseando por mi jardín entre los caminos bordeados de boj, me pareció ver a través de los arbustos una silueta de mujer que seguía todos mis movimientos, y vi brillar entre las hojas dos pupilas verde mar; pero era sólo una ilusión, pues al pasar al otro lado encontré la huella de un pie tan pequeño que parecía de un niño.
Un día, a pleno sol, Inés estaba en el jardín, regando trigo, entre los arbustos y las flores, a las que llamaba sus amigas: unas palomas albas, arrulladoras, con sus buches níveos y amorosamente musicales.
Ella un tanto enojada, salió en fuga. Las palomas se asustaron y alzaron el vuelo, formando un opaco ruido de alas sobre los arbustos temblorosos.
Pero hay ciertas cosas que tienen alma y no son animales. Pues bella opinión es que las plantas y los arbustos tienen alma, de donde resulta que decimos que viven y mueren.
Respiré a gusto, como quien se salva y decidí a escalarlas, si bien con gran dificultad y dolor; arrastrándome, afianzándome tembloroso de rocas salientes y punzantes y adentrándome poco a poco entre sus árboles y arbustos fui ascendiendo.
El campo de concentración propiamente dicho, no tenía, al crearse, ni una tienda de campaña, ni una barraca, ni un cobertizo, ni un muro, ni una hondonada, ni una colina; ni tampoco árboles, arbustos ni piedras.
Aquellos lugares de abundancia, antes llenos de tules, bejucos, arbustos, riachuelos, huertos, plantas, aves, palacios, se fueron convirtiendo en arenas que de tanta resequedad se agrietaban.
Oigo sus pisadas sobre las hojas secas, y el crujido de su traje, que arrastra por el suelo y roza en los arbustos -y corría, y corría como un loco, de aquí para allá, y no la veía-.
V Después de trepar por espacio de una hora, asiéndose a los arbustos y malezas que crecen en las aberturas de las peñas, el príncipe consigue, al fin, encontrarse n la cumbre del promontorio.