Te he buscado como se busca el sol; me arrimo a ti como si me arrimase a la llama bienhechora en mitad del invierno. Acércate, échame los
brazos; si no, tiritaré y me quedaré helado inmediatamente.
Emilia Pardo Bazán
Se arrojó fiero, loco, a recoger al niño, que yacía de bruces, la cara contra la hierba de la cuneta; le llamó con nombres amantes, le acarició... El niño le blandeaba en los
brazos, inerte, tronchado, roto.
Emilia Pardo Bazán
No la miré, no quise ni saber cómo tenía el rostro. Le eché los
brazos al cuello y nos besamos, deshechos en convulsivas lágrimas...
Emilia Pardo Bazán
A derecha e izquierda, árboles añosos avanzaban sus ramas sobre el camino, como
brazos fuertes que se brindasen a secundar a Mansegura.
Emilia Pardo Bazán
¿Qué hacer? Me volví loco; dí un grito; te cogí entre mis
brazos, y, con una voz ronca, desgarradora, tremebunda, exclamé: --¡Éste no!
Pedro Antonio de Alarcón
¡Mujer, boba, María Vicentiña, alevántate, quita esas manos de la cara, no seas desagradecida con el Señor, que tanto bien te hizo! La costurera se levantó, extendiendo los
brazos para rechazar a la consoladora.
Emilia Pardo Bazán
¡Figúrese usted que hoy le nace una hija!" -¡Gracias a Dios! -exclamó don Jorge dando palmotadas en los
brazos del sillón de ruedas-.
Pedro Antonio de Alarcón
¡Usted, después de haberme salvado la vida, me ha asistido como una Hermana de Caridad; usted ha sufrido con paciencia todas las barbaridades que, por librarme de su poder seductor, le he dicho durante cincuenta días; usted ha llorado en mis
brazos cuando se murió su madre; usted me está aguantando hace una hora!...
Pedro Antonio de Alarcón
Ridolfi, gruñendo, cumplió la orden. Casi al punto mismo en que salía el preso, se presentó en la sala del festín una mujer vieja, con un chiquitín en
brazos.
Emilia Pardo Bazán
¡Ah! ¡Pues si creían que iba a quedarse así, con los
brazos cruzados y mucha flema británica! ¡Desde el día siguiente -desde temprano-, que Anita Dolores se preparase!
Emilia Pardo Bazán
En el fondo de sombría gruta aparecieron una hermosísima mujer y un hombre de plateada barba, que llevaba en la mano una vara de azucenas. La mujer sostenía en sus
brazos un Niño, que acostó en el establo.
Emilia Pardo Bazán
Quería pedir perdón, disculparse, explicar..., pero la garganta se resistía. Isabel, llegándose a su marido, le echó al cuello los
brazos, sofocada su indignación, pero magnífica de generosidad.
Emilia Pardo Bazán